José Manuel Caballero Bonald aseveraba en su primer volumen de memorias ‘Tiempo de guerras perdidas’ cómo el hombre –el indómito ser humano- siempre presentó ‚serias dificultades para mirar de lejos‛. Quien esto escribe suele enfatizar el carácter olvidadizo del español para con sus semejantes que atravesaron el umbral de la muerte. Es cuanto denomino la amnesia colectiva. Por esta noble razón debemos siempre revalorizar el recuerdo de aquellas personalidades que bien dejaron huella en nuestro común fuero interno. El ciclo ‘In memoriam’ de la programación cultural Cultusema persigue este determinante objetivo. Somos dados al olvido más o menos procaz. Por egoísmo, por ignorancia, por inoperancia o, sencillamente, por una merma de la justicia como conceptualización atemporal.
Días atrás el salón de actos de El Corte Inglés acogió una nueva entrega de este ciclo que reaviva la siempre feliz omnipresencia –en el mapamundi de nuestra remembranza- de algunos nombres difuntos únicamente en la abstrusa teoría.
Porque son nombres inmortales para un puñado de mortales. No existe mejor cordón umbilical, por ende, para consagrar la perpetuidad del prójimo. Pedro García Rendón, a fuer de cofrade, fue un santo en sombras, un cristiano de estaturamenuda… pero ¡menuda estatura moral la suya! Entregado en cuerpo y alma al Santo Crucifijo de sus velos y desvelos, siempre la sonrisa –como una media luna de bonhomía en el rostro-, la bondad y la nobleza jamás ejercida como simulación ninguna sino como dermis del carácter, sensible e incluso sensiblero.
En una convocatoria coordinada por MAV-Comunicación, la sesión dedicada en El Corte Inglés a Pedro García Rendón fue emotiva, vivificante, nostálgica y justa, sobre todo muy justa. Destacamos a continuación algunas de las afirmaciones vertidas por los participantes en la mesa redonda organizada a tal efecto:
Manuel Doña Jiménez (cofrade del Santo Crucifijo y vecino de Pedro García en la calle Gaitán): ‚Perico siempre llevó por bandera la amabilidad. Cortito en estatura pero grande como persona. Le gustaba criar canarios. Semanalmente la afición de Perico era ir el domingo por la tarde al Estadio Domecq a ver a su equipo: el Xerez Club Deportivo. Siempre fue un gran belenista. El belén lo inauguraba Perico el 24 de diciembre después de la Misa del Gallo. Su mayor pasión fue su cofradía de San Miguel. En el patio de vecinos de la calle Gaitán diez enlutados penitentes nos situábamos, conforme ya nos revestíamos de la túnica, en el patio interior de la casa, y Perico, desde la ventana de arriba, observaba y los iba contando y, cuando ya estaban todos, daba dos palmadas y ya partíamos perdiéndonos entre la calle Gaitán, Mamelón, etcétera. Él entonces se ponía su capirote y ya salía, tranquilo, el último. Pedro fue cariñoso, tierno y sobre todo cofrade. Siempre llevaba la insignia de la Hermandad‛.
Luis Cruz de Sola (ex Hermano Mayor del Santo Crucifijo): ‚Yo entro en la Hermandad en el año 1967 y en 1971 ya me incorporé a la Junta de Gobierno y, en ésta, por supuesto, estaba Perico. Tuve un contacto asiduo con él. No me gusta a nadie otorgarle el calificativo de santo, pero cofrades como Pedro o como Manolito Guerrero se acercaban a este comportamiento. No quería molestar a nadie. Tenía su genio también, pero le duraba cinco minutos. Pedro jamás le ha hecho daño a nadie. Ahora que tanto se denosta de las Hermandades, como ha escrito Andrés, Pedro ha sido uno de los nuestros. Hace falta en las Hermandades gente como él. Dejó una impronta hacia el Santo Crucifijo. Era una locura hacia el Santo Crucifijo. Cuando le ocurre su primer síntoma de la enfermedad, le dio una lipotimia delante del Cristo de Santa Cruz de Sevilla, del Cristo de las Misericordias, todo siempre delante de un Crucificado. Quince años después de su muerte aún nos seguimos acordando de él‛.
Eduardo Velo García (ex Hermano Mayor de Loreto y familiar de Pedro García Rendón): ‚Yo compartí con él muchos momentos. Yo lo vi siempre como un modelo. Cofrade entregado, siempre mirando por su Hermandad. Mi abuelo Diego –su hermano- fue quién le dijo, la primera vez que –ambos muy jóvenes- salieron a ver la Madrugada, «esta va a ser nuestra Hermandad». Cuando estalló la Guerra llamaron a sus dos hermanos mayores al frente. Y luego a mi abuelo Diego, que ya por entonces estaba casado con mi abuela y tenían a sus dos primeras hijas (Angustias y Ana María, mi madre). Sin embargo mi tío Perico –fíjense el nivel de su generosidad- se ofreció a luchar en la Guerra Civil en lugar de su hermano Diego pues él estaba soltero y, aunque era muy joven, prefería salvaguardar a su hermano para que, en el peor de los casos, no dejara a su mujer viuda y a sus hijas huérfanas. Y así ocurrió: sustituyó a su hermano en la contienda. Además le tocó en suerte un enclave terrorífico: el frente de Belchite (donde mi abuelo Diego le mandó la portada del ‘Ayer’ con el Santo Crucifijo y la famosa poesía de Pemartín y la doble campanada de la noche del Jueves Santo). Dedicó toda su vida, con la bondad que le caracterizaba, a su Hermandad. Recibió la primera distinción de ‘Cofrade en Potencia’ otorgada por la Hermandad del Cristo de la Viga. Él ingresa en la Junta de Gobierno en el año 1958 con el Marqués de Domecq. Y, a partir de ahí, estuvo con todos hasta la última legislatura de Rafael Cruz. Cuando ya estaba enfermo le preguntaba al Santo Crucifijo si creía que no debería salir de nazareno ‚que me lo dijera, pero como nunca me lo decía, pues yo seguía vistiendo la túnica‛… Era una persona muy jovial y activa, en su casa era un polvorilla y se inventaba muchas cosas. Siempre con la risa en la cara‛.
Martín José Cortés Aranda (actual Hermano Mayor del Santo Crucifijo de la salud): ‚Conocí a Pedro cuando me apunté en la Hermandad. Era cofrade de lunes a domingo hasta después de las doce en San Miguel. Era una persona entregada en la Hermandad. Nunca ponía un pero. Estaba dispuesto a todo pero el paso del Santo Crucifijo era exclusivo suyo. Siempre había la clásica polémica de cómo iban colocados los candelabros. Y, cuando surgía, Pedro se daba media vuelta e iba a por una fotografía que tenía guardada -nadie sabe dónde- en la Casa de Hermandad y que pertenecía a una de las primeras instantáneas del paso, aclaraba la colocación de los candelabros, y luego guardaba la fotografía hasta el año siguiente. Y se acababa la discusión. Pedro era una persona dispuesta siempre a ayudar a cualquiera‛.
Juan Ruiz Pérez (cofrade del Santo Crucifijo de la Salud y discípulo de Pedro García Rendón): ‚Desde el año 1975 entré a trabajar en la Hermandad. Pedro era muy cuidadoso, muy detallista, muy místico incluso para el montaje de los pasos. A mí me comenzó a delegar sus funciones de subirme al paso, cuando ya él –por la enfermedad- no podía. Me quería enseñar incluso hasta a pintar. Llevo poniendo los clavos del Señor treinta años porque él delegó en mí. Yo, todo lo que sé, lo he aprendido gracias a él. Me enseñó muchas cosas bonitas‛.