En la tarde del pasado lunes, 29 de abril, tuvo lugar en la sede provisión de la Parroquia del Rocío, la rúbrica del contrato con el escultor e imaginero moronense Manuel Martín Nieto para la realización de la nueva imagen del Señor de la Humildad en su Expolio.
Dicha talla se espera que este para la Semana Santa de 2026.
Manuel Martín Nieto es uno de los máximos responsables del intenso brote naturalista que caracteriza la evolución y la brillante transformación de la escultura neobarroca andaluza en las dos primeras décadas del siglo XXI. Establecido en Morón de la Frontera, su actividad se proyecta por toda Andalucía y buena parte de España, con unas notas de calidad que lo distinguen y avalan en el nutrido grupo de grandes escultores sevillanos de nuestro tiempo.
Su formación material en los talleres de Manuel Guzmán Bejarano, Manuel Hernández León y José Antonio Navarro Arteaga, le aportó un sólido dominio del oficio, condición imprescindible para el desarrollo de un estilo personal y de la maestría a la que ha llegado después de dos décadas de trabajo ininterrumpido. Con ellos se inició en la estética neobarroca, a la que siempre ha mostrado un profundo aprecio; sin embargo, varios factores lo distinguen de sus maestros y de los escultores afines coetáneos.
En un sentido estricto del concepto neobarroco de la escultura, hay que destacar el interés de Manuel Martín Nieto por referencias ajenas al contexto sevillano, como el gran escultor castellano Luis Salvador Carmona, decisión que lo distingue de todos sus coetáneos y solo cuenta con el antecedente de Antonio Eslava Rubio, uno de cuyos modelos fue Francisco Salzillo. Esa amplitud de miras dentro de los parámetros fijados por el movimiento neobarroco es infrecuente y supone una nota característica que lo define.
También lo hace el sentido naturalista que ha ido aplicando progresivamente a los modelos neobarrocos, hasta el punto que en la última década los ha trascendido y se ha consagrado al natural con tanta intensidad que este impera sobre cualquier otra condición en sus esculturas. El naturalismo de Manuel Martín Nieto es tan intenso que las referencias iconográficas, que lo mantienen en sintonía con la tradición y los valores establecidos como clásicos entre las cofradías, se transforman adquiriendo una nueva condición, mucho más humana y veraz, lo que determina una cercanía inmediata. Dos obras señalan ese máximo exponente naturalista de su arte, el Cristo Peregrino, iniciado en 2011, por iniciativa propia, y finalizado en 2017; y el Cristo de la Humildad y Paciencia de la provincia de Córdoba, en 2016-17, ambos con policromía del propio escultor, excepto los sudarios, con estofados del pintor Manuel Peña Suárez. La perfección de estas esculturas confirma a Manuel Martín Nieto como uno de los escultores más importantes de este momento.
Otra cuestión importante, que debe tenerse muy en cuenta, es el alto nivel técnico que ha alcanzado. La riqueza de matices que consigue con la talla aumenta de modo considerable la resolución de los estudios naturales, y le permite que estos sigan una disposición orgánica, con la musculatura, muy estudiada, velada bajo los efectos de la piel. De este modo, la humanización de sus representaciones, aumentada de modo muy considerable con la renuncia al imperativo de las cuestiones de estilo asociadas a los maestros barrocos, incide en el énfasis de la veracidad por el doble camino de las formas y la expresión. Esto es perceptible incluso en las imágenes de candelero, como la Dolorosa de Vinaroz, del año 2004; y, sobre todo, en los retratos del natural para distintos personajes secundarios de sus misterios, caso del Retrato de Antonio Canales en una imagen de Poncio Pilatos.
Los niveles de acabado de Manuel Martín Nieto son muy personales, incluidos entre estos detalles como los drapeados minuciosos y movidos de las telas, y la policromía de las esculturas, al óleo y a punta de pincel y muy real.
Ese dominio de la técnica le proporciona también una contundencia monumental a sus esculturas, con lo que consigue el efecto al que ya aspiraron hace siglos los grandes escultores barrocos sevillanos. Puede decirse que Manuel Martín Nieto sigue los principios fundamentales de estos, su modo de trabajar y de entender el proceso escultórico, y que mantiene el valor de las referencias de mayor prestigio heredadas de una tradición de siglos, y, al mismo tiempo, se expresa con una vitalidad naturalista propia de su época, por lo tanto, moderna, y en consonancia con otros grandes maestros sevillanos, cordobeses y malagueños, de su misma generación.
A ello hay que añadir cuestiones de estilo significativas, como el expresivo alargamiento, abultamiento y movimiento del pelo de sus imágenes de Cristo, a veces con un carácter envolvente que requiere una buena dosis de atención. En esas disposiciones pudiera seguirse una línea desde Luis Ortega Bru hasta José Antonio Navarro Arteaga; sin embargo, Manuel Martín Nieto se distancia de ellos con ciertas connotaciones expresionistas y un cierto sentido de la abstracción, que le proporcionan la autonomía necesaria y, a la vez, lo convierten en un elemento muy expresivo de la realidad que representa con una elevada plasticidad. Puede verse en el Crucificado del Perdón, de la Hermandad de los Panaderos de Sevilla, de 2010; el Crucificado de la Sed de Sanlúcar de Barrameda, de 2013; y Nuestro Padre Jesús Nazareno de la Caridad, de la Hermandad de los Estudiantes, establecida en el Colegio de Santa Ana de Calatayud, en Zaragoza, del año 2015.
También son muy significativos otros dos factores, que adquieren el rango de rasgos morfológicos, como son el abultamiento de los sudarios en las imágenes de Cristo crucificado, cuyos volúmenes, muy desarrollados, y los movimientos que adoptan, tanto envolventes como divergentes, apuestan por la plasticidad, con autonomía del impecable estudio del natural de la anatomía y de la gran riqueza de matices de esta. El otro es el énfasis en la interpretación de las heridas, repartidas por todo el cuerpo de Cristo, con el que refleja de modo lacerante y trágico su sufrimiento en los distintos episodios de la pasión. El sentido descriptivo de las mismas, incluso en las imágenes de Jesús Nazareno, cuyo cuerpo queda cubierto por las túnicas, no distrae de la realidad, todo lo contrario, la reafirma y enfatiza, pues no son alardes plásticos, sino que responden a un minucioso estudio de la dinámica física del cuerpo humano.
El mismo con el que dota a sus esculturas ecuestres, modeladas y vaciadas en bronce, como la del Monumento a Fernando Villalón, delante de la que fue su casa, en la plaza del Polvorón de Morón de la Frontera, del año 2009, en la que ese naturalismo adquiere una nueva dimensión y transita, mediante efectos calculados con precisión, por parámetros realistas complementarios.