El grupo de Acólitos Tarsus, con motivo de la festividad de San Tarsicio Mártir, patrono de los Acólitos, Monaguillos y Ministros de la Eucaristía, celebrará hoy sábado en el Santuario de María Auxiliadora una Solemne Eucaristía a las doce del mediodía, oficiada por el Director de la Casa Salesiana D. Mario Pardos Ruesca.
San Tarsicio es considerado el primer mártir de la Eucaristía. Se dice que solo tenía 12 años, se sabe muy poco. La única fuente documentada la dejó el papa Dámaso.
Antes del 1950 se celebraba el 15 de agosto hasta que se instituyó el dogma de la Asunción, la fiesta de este santo se celebra en muchos países entre el 13, 14 o 16 de este mes.
Tarsicio nació en el 263 d. C., en Tarso al igual que san Pablo, y quizás su nombre sea debido a su procedencia.
Vivió en una época muy dura para los cristianos, en las persecuciones bajo el cargo del emperador Aureliano.
Todos lo fieles que eran arrestados bajo su dominio, no se desconsolaban, continuaban orando y celebrando misa.
El problema estaba en que faltaban las hostias para comulgar, y los cristianos que no estaban en prisión no sabían cómo hacer para que los que estaban presos no dejaran de comulgar.
Por eso Tarsicio se ofreció para hacer llegar las hostias a los prisioneros, pensó que por su corta edad nadie sospecharía.
El niño escondió las hostias muy cuidadosamente en su camisa, las aferró firmemente a su pecho y partió hacia la prisión.
Pero en el camino encontró a algunos de su grupo de amigos de juego, que lo invitaron a unirse a ellos. Tarsicio contestó que en este momento no era posible, que tenía algo muy urgente que hacer.
Los niños insistieron, y luego comenzaron a molestarlo y a burlarse de él, porque veían que por ningún motivo el santo despegaba las manos de su pecho.
Pero Tarsicio protegía aún más su Divino tesoro, esto provocó aún más la curiosidad e interesados en saber qué llevaba lo forzaron a abrir su brazos. Fue entonces cuando cayeron todas las hostias por el suelo.
Al darse cuenta de que su compañero era un cristiano, comenzaron a agredirlo salvajemente y sin piedad, a puños y patadas, como un vil acto de lo que hoy se llama bullying.
A tal agresión el niño callo inconsciente. En ese momento se acercó un centurión que también era cristiano, alejó a los malos muchachos y enseguida socorrió al pequeño.
Pero ya no había nada que hacer. El niño había dejado este mundo y con su admirable ejemplo de fe cristiana reforzó aún más la esperanza de aquellos que eran perseguidos.